domingo, 31 de diciembre de 2017

Tiempos difíciles

A horas de concluir el 2017, me ocurre lo mismo que a mucha gente. Se vienen un montón de pensamientos acerca de cómo fue el año, lo que se hizo bien, lo que se hizo mal, cosas para corregir, etc. Pero en ocasiones es necesario mirar hacia otro lado, o mejor dicho, desde otro lado.

Uno generalmente tiende a juzgar un año como bueno o malo según desde su propia perspectiva, tomando como parámetro su experiencia personal y en ocasiones es necesario hacer una revisión más general para intentar comprender la propia realidad. Es una tarea más compleja, porque ya implica muchos más actores que intervienen.

En ese sentido, y coincidentemente con los acontecimientos ocurridos a partir del 1º de enero hasta el momento en que escribo estas líneas, ya con el 2018 pisándonos los talones, puedo animarme a decir que el todavía presente año fue realmente áspero, muy batallador, y que incluso dejó heridas abiertas.

Tampoco tiene sentido detallar el por qué de esta afirmación, porque está a la vista. Los tiempos se tornan difíciles y a uno se le hace más complicado defenderse con las mismas armas que antes. Igualmente, esto tampoco implica una mirada negativa, derrotista o apocalíptica. Repensando: la última palabra no está muy lejos de lo que pretendo expresar. Desterremos de plano esa interpretación terrorífica que se le da a la expresión, entendiendo por ella no el fin ni una catástrofe irreparable, sino más bien un cambio.


¿Alguien conoce alguna transición suave, coronada por flores cayendo del cielo, sonido de laúdes tañendo bellas melodías y mariposas multicolores? No, en absoluto. Por supuesto, existen transformaciones más placenteras o menos dolorosas que otras. En este caso nos ha tocado atravesar las primeras. Que, desgraciadamente, han dejado heridas que no pudieron cerrarse en este presente sino que requieren más tiempo.

Como buen freaky, he leído acerca de los famosos viajes en el tiempo, situaciones en las que una persona o grupo intenta cambiar la realidad para evitar golpes, sinsabores o tragedias en la vida personal o la realidad en general. Por norma, y salvo notorias excepciones, el tiempo quiere suceder -como escuché en una serie de reciente visionado- y termina imponiéndose. Es decir, aunque el protagonista insista y se encapriche en cambiar una situación, esta ocurre forzadamente ¿por qué? Porque es necesaria.

En un puñado de casos, el héroe en cuestión puede modificar hechos, pero luego reflexiona que no tiene sentido. Sí, es el Tiempo haciendo otra vez de las suyas. Pero todo respondiendo a un equilibrio general que no nos permite llorar ni patalear, sino hacernos cargo de lo que ocurre. A la corta o a la larga lo comprenderemos.


Por eso mismo, y al igual que en muchas series modernas, este final de temporada no viene acompañado de dulces acordes, sino de un rock duro, que no se puede bailar, pero sí escuchar una y otra vez, para dejarnos pensando. Ahí aparece el 2018 en el horizonte, y como dije antes, quedaron cuentas pendientes, heridas, problemas sin resolver, todo lo que no se pudo completar en el año presente.

A la cabeza de todas estas amenazas, aparece con el cargo de General el enemigo más aterrador de todos, el más inflexible, el más inconmovible: el Miedo. Es propio de mentirosos afirmar que nunca lo frecuentamos. Todos, en su momento, hemos compartido unas copas con él y otros, auténticas borracheras de noches interminables. Ambos somos viejos conocidos.

Y eso lo que debemos evitar: caer en la cómoda embriaguez que nos presenta el temor al cambio, a lo desconocido, a lo próximo. No sea cosa que nos despertemos errando zigzagueantes en una calle, sin recordar quiénes somos o cómo llegamos hasta ahí. Como venía diciendo con el tema de los viajes en el tiempo, no podemos retornar hacia el pasado para transformar el presente porque no tenemos los medios ni la tecnología. Aunque dispusiéramos de ellos, quizás arrugaríamos a último momento.



Pero lo que sí tenemos es el presente. El famoso libre albedrío. Nuestras propias acciones. Nuestras decisiones. Todo lo que podemos hacer por el sólo hecho de estar vivos. De no ser así, no tendría sentido nada. Pero lo tiene. Ahí está esperándonos esa horda de enemigos incorpóreos o terroríficos; algunos son nuevos, otros son viejos conocidos contra quienes deseamos tomarnos revancha, no venganza. Al frente de todos ellos, el Miedo.

Y también estaremos nosotros, para hacerle frente. Como tantas veces lo hemos hecho. Y como tantas veces lo derrotamos.

jueves, 30 de noviembre de 2017

Happy Death Day (2017)

Un cumpleaños muy particular. Eso parece ser de entrada.

Si se habrán filmado películas sobre viajes en el tiempo o similares... tranquilos, no me tiren con nada, esto no arruina la trama, no spoilea, como se dice actualmente con esa mezcla rara de castellano e inglés. Continúo, dijo el búho.

¿Dónde estábamos? Ah, sí, con lo de los viajes en el tiempo. Bueno, esta película tiene algo de eso. Así como existieron producciones más "serias" al respecto -Predestination, Déjà vu-, esta trata el tema de una forma más libre y con toques de comedia, más en la línea de Back to the future, donde de no cambiar un acontecimiento puede haber consecuencias graves.

¿De qué trata? Simple. Una adolescente, integrante de una hermandad -de esas que aparecen tanto en las películas yanquis-, despierta en casa de un flaco. Aparentemente hubo algo -guiño, guiño-, pero a ella sólo le importa saber dónde está, ni se acuerda cómo se llama el tipo porque en teoría lo conoció estando medio en pedo. El tema es que sale casi sin despedirse rumbo a su Hermandad y a la noche la espera una fiesta, ya que es su cumpleaños. Encima que a ella no le gustan, le dan un regalo no muy agradable: una persona enmascarada la asesina. Qué agradable sujeto.


*Música de "Psicosis"*
Cui... cui... cui... cui

Acá es cuando la película, aparentemente costumbrista, se pone interesante: la piba se despierta de golpe... en la misma habitación que al comienzo. El mismo flaco, las mismas preguntas, los mismos detalles cuando sale, etc. Sí, está reviviendo el día otra vez. Entonces se le prende la lamparita y trata de evitar un par de cosas para que no morir, pero la matan nuevamente . Y así.

A lo largo de la película veremos -sin que falten las típicas escenas de comedia adolescente yanqui, los sarcasmos, etc- cómo ella trata de resolver el complicado rompecabezas que se le presenta, puesto que por un lado sigue viva, pero cada vez que la matan vuelve a vivir lo mismo. Y la idea es, obviamente, ver quién diantres trata de asesinarla y por qué.

No voy a adelantar nada, pero no es una película tan lineal como parece. Se guarda algunas sorpresas, y eso van a tener que descubrirlo ustedes. Punto, no más palabras.


*Voz de Yayo*
¡¡Soplá la vela!!

Hablando de la producción en sí, se lleva un 8 como nota final, puesto que aplica el concepto de viaje en el tiempo -o despertar en el pasado mientras te mueras, sería más adecuado- pero no lo mezcla con explicaciones raras ni de física avanzada, agujeros de gusano ni cosas así. Es todo simple: la piba siempre que se muere, se despierta en el mismo lugar.

Al mismo tiempo, los chistes le ponen un poco de condimento al asunto y asimismo está la intriga lógica: ¿Quién quiere matar a una simple estudiante? ¿Por qué?. Con un magro presupuesto de U$S 4.800.000, hasta la fecha lleva recaudados 78.500.000, así que está recuperando mucho más de lo que gastó. Y no le hicieron falta cgi, efectos raros ni superproducciones.

Como siempre aclaro, no es profunda, no va a ganar un Oscar, no es de culto, quizás ni siquiera sea una comedia memorable. Pero entretiene, y eso lo hace a la perfección. Mírenla y quedarán gratamente sorprendidos.

domingo, 26 de noviembre de 2017

Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band (1978)

Toda banda de éxito tiene que tener una película. Más de una, si la fórmula funciona. Mejor dicho, sólo si funciona. De saltear esta regla, puede resultar un desastre comercial con críticas fulminantes. No tan así, pero con la película del título ocurrió algo similar. Vamos por partes, como diría Jack el Destripador.

Ya el título es pretencioso. Sin repetir y sin soplar, vemos Sergeant Pepper's Lonely Hearts Club Band y automáticamente pensamos en los Beatles. Pero cómo, dirán ustedes. Ellos ya tuvieron su propia filmografía. Repasemos: A Hard Day's Night (1964, éxito, muestra la locura de la Beatlemanía + una gran banda sonora), Help! (1965, una comedia que zafa por la banda sonora), Magical Mystery Tour (1967, fracaso comercial sólo zafable por la BSO), Yellow Submarine (1968, excelente película de dibujos animados, ellos ni pusieron las voces, aparecieron dos minutos al final, gran banda sonora) y Let It Be (1970, sesiones de grabación con tristes discusiones entre los miembros + concierto en la terraza. Peliculón y despedida).


Bailemos todos, que total esto es una bosta y nadie va a darse cuenta

Pero en esa lista no está la del Sgt. Pepper que decías vos, argumentarán uds. con la taza de café en la mano. Y no, no está porque no es de ellos. Es una película musical estadounidense que pretende mostrar la formación y obstáculos que debe enfrentar una banda con la industria discográfica y otras fuerzas malvadas para llegar al éxito.

Los músicos, como no podía ser de otra manera, son cuatro y la protagonizan los Bee Gees. La obra está llena de referencias a los de Liverpool e incluso algunos de los nombres de los protagonistas están tomados de canciones interpretadas por ellos. Lo que pretende ser un homenaje musical en forma de opera rock termina siendo una producción extraña y por momentos hilarante por su mala calidad.
Steve Martin, dedicate a la comedia pero no cantes

La idea surgió cuando Robert Stigwood, representante del trío, adaptó varias canciones de el cuarteto de Liverpool para un musical en Broadway que se llamaría Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band on the Road, pero el proyecto se abortó y decidieron llevarlo a la pantalla grande aprovechando la popularidad del grupo y las ya citadas figuras de la música disco y del rock.

La película comenzó su filmación en octubre de 1977 en el exterior de los estudios de la Metro Goldwyn Mayer en la ciudad de Culver, al oeste de Los Angeles. Para encargarse de la música, Stigwood llamó a George Martin para producirla, debido a que él tenía la experiencia y el conocimiento de las melodías de The Beatles. Martin trabajó la mayoría de las canciones, a excepción de Come Together con Aerosmith y Got to Get You Into My Life en la versión de Earth, Wind and Fire.



Alice Cooper con bigotes

 
Se estrenó el 21 de julio de 1978. Fue despedazada por la crítica y el público, mientras que el disco del score del filme corrió con una suerte diferente ya que alcanzó al quinto lugar en la lista de Billboard, en Estados Unidos, y llegó a ser multi platino por sus buenas ventas. De la obra se desprendieron varios sencillos exitosos que fueron las ya mencionadas "Come Together" y "Got to Get Into My Life", "Get Back" en la voz de Billy Preston y "Oh! Darling" en la interpretación de Robin Gibb.
Miralo a Steven Tallarico a.k.a. Steven Tyler en su juventud

¿Es un desastre completo y total? No, por suerte no es nada grave. La música se deja escuchar y en algunos casos hay joyitas que merecen por lo menos alguna mención. Pero antes que nada, especifiquemos: la mayoría de los covers fueron escogidos de Sgt. Pepper's... (1967) y Abbey Road (1969). Los actores-intérpretes musicales son mayormente los Bee Gees y Peter Frampton. Además de ellos, intervienen figuras de la talla de Steve Martin -sí, el actor-, Aerosmith, Alice Cooper y Billy Preston, aquel tecladista que apareció en algunos temas de los Beatles y los Stones.

Más allá de las canciones ya mencionadas que aparecieron en simples, pueden destacarse la versión de "She's leaving home" (interpretada por los Bee Gees, Jay MacIntosh and John Wheeler) y la impresionante "Because" (también por los Bee Gees y Alice Cooper) y "The long and winding road" (Billy Preston).


Anverso y reverso del vinilo que me regalaron a fines de los '80

¿Las bazofias? Sin duda alguna, "When I'm sixty four", por Frankie Howerd y Sandy Farina. Evítenla a toda costa, por el bien de sus oídos. "Maxwell's silver hammer", cantada por el comediante Steve Martin, otra bosta. En líneas generales, la banda sonora se lleva un "aprobado" con 7 puntos, arañando el 8 en algunas de sus interpretaciones.

Como dato adicional puede decirse que a fines de septiembre salió a la venta la edición remasterizada en blu ray de esta extraña obra que -según rumores- fue la que hizo decaer la popularidad del trío, que en la década posterior comenzaría a odiar su propio éxito de Saturday Night Fever.

jueves, 26 de octubre de 2017

Reinventarse

A comienzos de año tuve unos meses bien complicados: falta de dinero, deudas (sí, van de la mano), problemas personales, problemas en el trabajo y un largo etcétera. Parecía que no terminaba nunca, y encima ya llevaba un mes así. Justo un día antes, tuve un arranque de ira injustificado y le contesté muy mal a una persona que no tenía nada que ver.

Después de cometer semejante error, no pude menos que disculparme. Me deshacía en palabras para dar a entender que esa no era mi actitud cotidiana, que yo no me la agarraba con los demás, pero el daño ya estaba hecho. Así que encima de no haber arreglado nada, por el contrario, tuve que agachar la cabeza y reconocer que me había equivocado de una manera bien grosera.

Lo peor es que era la segunda vez en menos de un mes antes que cometía esa falta y, promesa mediante, pensaba que no iba a volver a pasar. Pero ocurrió, y me generó una gran culpa y frustración interna "Si ya dije que no se repetiría, ¿cómo fui capaz de caer nuevamente?", me decía mi conciencia.

Sucede que ninguno de nosotros es infalible. Todos somos humanos, limitados e imperfectos. Así como tenemos lindos gestos, actitudes loables, valerosas, empáticas y demás, también erramos. Nos hacen reaccionar y entramos como caballos. Nos perdemos. Nos bajoneamos. Nos sentimos mal. Nos caemos, pero (siempre hay un pero) nos levantamos. Y en eso consiste el texto que pretendo desarrollar, pese a mis limitaciones.

Les anticipo el final, para que no se decepcionen después: nunca vamos a ser perfectos. No vamos a dejar jamás de equivocarnos, por más que lo intentemos. Volverán los errores, a recordarnos lo falibles que podemos ser. Listo, entonces a no hacer nada, total siempre vamos a fallar, por más esfuerzo que hagamos, ¿no? No. ERROR.

Uno de los peores daños que pueden hacerle a un ser humano en proceso de formación es dejarle abierta la tranquera de los caprichos y el mal comportamiento. Ejemplo: un nene de cuatro años contesta con una puteada a un adulto. Uno de seis se encula y no quiere compartir. Uno de cinco le pega a los compañeritos del Jardín no para defenderse, sino porque los ven más débiles. Uno de ocho ve que a alguien se le cae dinero, pero lo levanta calladito y se lo guarda en el bolsillo, sin devolverlo.


Esto no es lo peor. Lo más grave reside en que este tipo de comportamientos, en muchas ocasiones, es apañado por los mismos padres o por otros adultos de su entorno con una sentencia bien dañina (que seguramente la habrán oído alguna vez en una casa ajena o bien, la propia):


-Y, él/ella es así, ya no va a cambiar.

 
Bien, saquémonos el problema de encima, justifiquemos cualquier actitud aunque desde nuestra ética y buena fe no sea correcta, total todos cometemos errores. Nadie es perfecto. Ahí está el punto sensible, porque la infancia y el comportamiento del entorno hacen a la formación de una persona. Por supuesto, uno mismo tiene la capacidad de elegir y sopesar qué es correcto y qué no lo es, pero no en todos los casos se da esta circunstancia.

Si a alguien lo malacostumbran permitiéndole cualquier capricho, después probablemente se transforme en una persona egoísta, maleducada o incluso agresiva, según cómo se den los casos. La falta de empatía genera un desinterés total en el momento de interactuar con otros, y eso es lo que termina germinando en acciones reprobables. En lugar de repensar y revisar sus pensamientos y actos con el resto, el egoísta piensa: Yo ya soy así, ya no me van cambiar. Si no les gusta, mal por ellos.

Es necesario aclarar, ante todo, que no es lo mismo decirlo en el caso de los gustos personales o en situaciones que no comprometen a nadie, que en el trato del día a día cotidiano. Por supuesto que a mí me gusta el pan tostado y no el blanco, nadie va a cambiarme. Pero con elegir el pan tostado no perjudico a nadie. Ahora, si yo tengo un problema y me la agarro con alguien que no tiene nada que ver, ahí sí es un tema porque estoy perjudicando a una persona sin que tenga la culpa. Esto no implica que a la hora de criar a un hijo tengamos que andar con una zapatilla o un látigo en la mano. Pero si detectamos algo que no encaja con lo que en nuestra buena fe consideramos errado, debemos intervenir.

Ya siendo adultos y conscientes de nuestras falencias, el proceso que deberíamos realizar para mitigar este tipo de actitudes, entonces, es el de revisar siempre nuestra forma de llevarnos con la gente. Reinventarse es la palabra más adecuada que encontré a tales fines. Es volver a inventarse día a día, pulir nuestros lados sociales más rugosos, no conceder todo a todos porque es imposible, pero sí intentar ver en qué estamos obrando mal.

Los que tienen falta de empatía no realizan este proceso porque no les interesa. Mucha paja. Hacen lo que quieren y ya está, que los demás se lo banquen. Si nosotros, en nuestra ética y buena fe sabemos que cometimos un error, algo dentro de nosotros nos lleva a repensar y darnos cuenta que fallamos y que no debemos volver a hacerlo, porque ya desde el momento que notamos esa falta estamos obligados a arreglarla. Si nos equivocamos con otros a sabiendas o sin revisar nuestras acciones, estamos actuando de mala fe.

Por supuesto, nadie dice de esconderse abajo de la cama, ni autoflagelarse si no decimos buenos días. Como señalé anteriormente, no se puede conformar a todos. Es más, aún actuando de buena fe, podemos llegar a ser señalados por el dedo o recibir ofensas, injurias y demás. Pero al menos estaremos mejor internamente, porque sabremos que hicimos todo lo posible para no perjudicar a nadie.

Nunca seremos perfectos, pero siempre tendremos el deber de autoevaluarnos para mejorar y cuanto más avancemos, mejor será para nosotros mismos y para los demás. Así, paso a paso, es como podemos llegar a ser mejores como personas.

domingo, 8 de octubre de 2017

El Hijo de la Mente (John Saul)

Dicen que de vez en cuando hay que experimentar con algo que antes no se haya intentado, y eso es muy válido en el terreno literario. A veces cansa leer siempre al mismo escritor aunque lo adoremos, se hace necesario ampliar el horizonte aún si se trata del mismo género que nos agrada.

Basándome en mis propios gustos, los que más me llaman la atención son los que componen la trilogía muchas veces fusionada de suspenso-terror-thriller. En este caso vi el nombre de John Saul en un grupo de Facebook y se me dio por arrojarme a la pileta de lo inesperado en materia de libros. Un escritor no muy conocido al que se lo comparó con Stephen King, quien a su vez lo atendió un par de veces en su escrito Danza Macabra.

Alguien cuya obsesión en sus primeros escritos se centraba en la combinación niños + terror. Que luego mutó a adolescentes + lo mismo. Que reconoció escribir como un trabajo y no como una pasión a la que se dedicara, que logró plasmar algunas novelas muy agudas y otras mediocres. John Saul, en pocas palabras, fue el mentor de este thriller titulado El Hijo de la Mente, o bien Brainchild en el original. Acompáñenme a ver esta triste historia:

El pueblo ficticio de La Paloma, sito en el estado de California, en el Siglo XIX fue habitado por mexicanos, quienes vivían en armonía hasta la llegada de los gringos, quienes les quitaron sus tierras y masacraron cuanta familia se les opuso. Entre ellas, la de Alejandro, un joven que luego debió enterrar a su madre y hermanas.

Ya en 1985, es un lugar moderno donde viven personas en su mayoría de clase alta y que revolucionaron el pueblo con la inserción de las modernas computadoras para su desarrollo. Allí vive Alex (¿la agarraron? Alejandro - Alex...), un adolescente querido por todos, quien queda al borde de la muerte por un extraño accidente automovilístico. Su padre, médico prestigioso, decide pedir ayuda al reconocido neurólogo de la zona llamado Raymond Torres. Sí, en realidad se llama Ramón, pero eligió esa variante anglosajona para adaptarse a las costumbres yanquis. Su madre no lo aprueba, no le gusta que "traicione" sus raíces por gente que no lo quiere.


Dejando de lado la parte sentimental, Torres accede a realizar una moderna operación que podría salvar la vida a Alex, cuya familia no tenía esperanzas de verlo vivo. Ellos acceden y voilà, el pibe vuelve a vivir. Al principio le cuesta, su familia está maravillada y un largo etcétera.

Lo que sigue es obvio para las películas modernas: está vivo, pero ya no es el mismo. Perdió la capacidad de "sentir", si es que eso fuera posible. Tiene visiones o recuerdos de acontecimientos que no vivió y en un tiempo muy distante, una voz susurrante que le ruega venganza, que mate gente, etc.

Sí, adivinaron. Son los fantasmas del Siglo XIX que quieren tomarse revancha de los yanquis que les quitaron las tierras. Todo gracias a una sospechosa operación neurológica lograda gracias a las modernas computadoras. El problema es que el pibe no sabe explicar bien qué le pasa, ya perdió parte de su personalidad, actúa raro, su misma familia no lo entiende del todo y puede que cuando se den cuenta sea demasiado tarde.

Vamos por partes. Ya de movida puede notarse que ese argumento es muy parecido al de la película moderna Godsend, de 2004 (Con Robert de Niro). No tan así, pero existen varios puntos en común. Por otra parte, la idea de fusionar tiempos antiguos con tecnología moderna, no cuaja. Queda a medio camino, y más cuando el paso de los años terminó por llenar de polvo el argumento inicial. En esta novela pueden apreciarse algunas de las obsesiones de John Saul: los niños/adolescentes que pasan por situaciones traumáticas, no ideales para su edad; y por otro lado, el mal uso de la tecnología/medicina como fuente de milagro que termina desencadenando tragedias.


El Hijo de la Mente es quizás una obra algo mediocre, de lectura ligera, pero sin lugar a dudas mantiene en vilo al lector y plantea una idea que se repite en varias obras, ya de cine, ya de literatura: la de devolver la vida como algo ilegal o poco ético y las nefastas consecuencias que ello acarrea. Algo de esto ya pudo verse en Pet Sematary de Stephen King. Por otra parte, queda a la vista el temor frente a lo nuevo, a lo que todavía no se conoce. Recordemos que esta novela es de 1985 y las computadoras eran vistas como la tecnología del futuro ¿Qué beneficios podrían traer... y a qué costo?

Sin lugar a dudas, no es una obra maestra ni algo que deje una huella importante, pero cumple con su función: entretiene. Como detalle adicional, puede notarse una aguda autocrítica de un estadounidense con respecto a sus gobiernos dos siglos atrás, cuando tomaron tierras que antes pertenecían al país vecino; la crueldad a la hora de desalojar personas de su propio lugar de origen y la empatía con el que perdió a su familia.

Conclusión: se lleva un puntaje de 6/10 con algo de cariño, pero tampoco es que no se deja leer. Con un poco de regularidad, pueden terminarla en una semana o menos, si son ávidos lectores. Algunas páginas están de mas, pero dentro de todo es soportable. Es difícil de conseguir en formato físico, pero existen un par de PDF's dando vueltas.

Eso es todo por ahora. Lean y disfruten.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Recuerdos que no voy a olvidar: Adventure Island II (1990)

Internet, torrent, emuladores, etc. eran palabras completamente desconocidas y mejor dicho, inexistentes en los chicos de los años '80. Hoy es hasta asombroso escuchar a los chicos del nuevo milenio oír hablar de temporadas cuando se refieren a alguna serie que están mirando, ya sea de dibujos animados o con personas.

En los '80 pasaban capítulos todos mezclados y arreglate con eso; era casi imposible relacionar el por qué de la aparición o desaparición de determinados personajes, sumado a que en esos años no existía YouTube, lugar que hoy aloja miles de capítulos de un montón de series que se adueñaron de nuestra infancia/adolescencia.

Pero aflojemos un poco con el modo viejo choto. Ya tendremos tiempo para eso. Lo importante es recordar lo bueno o lo que nos iluminó en nuestras gloriosas tardes como lo vimos en ese momento, en colores brillantes y con alegría. Más allá de las series, hoy voy a hablar de otro fenómeno que aún no está extinto del todo: el de los videojuegos.



En los '80 no tanto por los altos costos, pero en la década siguiente ya era más frecuente encontrar chicos o adolescentes con su propia family game, como conocimos en Argentina a la máquina capaz de dejarnos disfrutar de los juegos de Nintendo. Y eran muchos los títulos, como Super Mario Bros., Legend of Zelda, Contra, Goal, Bomberman y otros tantos que podríamos estar todo el día recitando y recordando.

El que ocupa el espacio de hoy es el Adventure Island II. Sí, el del tipito que recorría islas matando con su hacha a hordas enteras de arañas, caracoles, cuervos y además necesitaba frutas y otros elementos para sobrevivir. Sin lugar a dudas, este juego fue uno de los más recordados por quienes tuvieron acceso a una consola de juegos en esos años.

Hoy, está de más decir, los juegos que ocupan el tiempo libre de los jóvenes (y no tanto) son otros, donde están presentes los gráficos en Full HD o directamente 4K, la banda sonora en mp3 a 320 kbps o directamente en ogg; los que cuentan con esa extensión llamada dlc en donde consiguen más escenarios, armas, habilidades y muchas otras opciones que enriquecen su experiencia.



En estos casos, el juego venía todo dentro del mismo cartucho y podíamos disfrutarlo por completo, sin necesidad de agregar ni quitar nada; y mucho menos tener conexión a internet. Dicho sea de paso, conocí el Adventure... de pura casualidad, cuando a mi primo le regalaron su family game a principios de los '90. Sí, leyeron bien, de chico nunca tuve esta consola porque estaba muy lejos de las posibilidades económicas de mis padres.

No significa que mi infancia haya sido infeliz, para nada; pero este tipo de juguetes eran verdaderos lujos que estaban a kilómetros de lo que podría llegar a tener. Cuando tenía trece años y ya estaba por empezar la secundaria, descubrí este gran juego que me marcó esa época (y la actualidad también, para qué negarlo).


Como casi todos recuerdan, Master Higgins -así se llama el protagonista- debía rescatar a su novia de [agregar lo que corresponda según la parte de la saga]. En el primero, de un monstruo siniestro que cambiaba de máscara; en esta segunda oportunidad, por empezar, mejoraron muchísimo los gráficos, la jugabilidad, la banda sonora, la trama y los nuevos elementos.




Seguramente ya saben que hubo un petit quilombo legal con SEGA, puesto que el personaje original era el llamado Wonder Boy, el rubiecito; que los sprites de Adventure... están basados en Wonder Boy. Pero esa es otra historia. Lo cierto es que en Nintendo supo sacarle el jugo a la situación y creó una historia (casi) nueva.

Acá el héroe no estará solo, sino que contará con cuatro dinos (en la tercera parte serían cinco) que lo ayudarán con su tarea de recuperar nuevamente a su novia Tina. El rojo que escupe fuego y puede caminar en barro o lava; el acuático, para nadar con facilidad y reventar las burbujas; el pterodáctilo, para volar y pasar las pantallas más complicadas; y el azul que tira electricidad con la cola y no se resbala en el hielo. Todo eso, a través de ocho islas pobladas de enemigos y peligros.






Seguramente también recordarán que el camino no era fácil; desde la berenjena que se esconde en huevos y quita tiempo, pasando por los sapos rosados, bien traicioneros; los abismos, los pozos de lava, las medusas en el agua o los cielos con nubes haciendo las veces de plataformas.

Quizás la innovación más curiosa resultó en un sistema de caminos en las pantallas que lamentablemente no volvieron a repetir. Al final de cada pantalla, ya habiendo superado el reto, había una especie de bonus donde giraban varios huevos y era necesario elegir uno. Podía dar puntos o vidas; pero dependiendo de cuál se hubiera elegido, llevaba a una parte de la isla u otra. Así, se podía pasar más rápido o más lento, según el huevo que eligiéramos.


Ciertamente, este es uno de los juegos más emocionantes y en su momento complicados de aquella época, siempre hablando de los más populares. Tiene un alto grado de aventura y seguramente a muchos les habrá robado gentilmente horas de ocio, entretenimiento y esas tardes lluviosas o bien esas visitas de amigos a la hora de la merienda.

Al menos desde mi conocimiento, pocos llegaron a las instancias finales y ni hablar de ganarlo o darlo vuelta, como se dice en la jerga. Después de años de haber jugado en la consola, y ya bien entrada la adolescencia, descubrí lo que era un emulador en la casa de mi mejor amigo. A partir de allí comencé a bajar los juegos y a probar mis habilidades ya de más grande. Aún en la actualidad, cada tanto despunto el vicio para ver si puedo ganarlo de una vez por todas. Es difícil la empresa, pero no pierdo las esperanzas.

Seguramente muchos tienen la banda sonora repiqueteando en la cabeza o irán corriendo a jugarlo nuevamente; otros directamente se quedarán con el recuerdo de lo que fue y jugarán una partida al CS Go. Lo cierto es que nadie de los que pudo jugarlo lo olvidará así nomás.


sábado, 19 de agosto de 2017

Costumbres I

Kiosco abierto a la tarde. Ningún cliente más. El empleado terminaba de acomodar unos paquetes de galletitas, sin música de fondo. Irrumpí como haría cualquier otro cliente y pronuncié las consabidas palabras, de acuerdo al momento del día:


-Buenas tardes.


Nada. Terminaba de resonar el nylon de las bolsitas recién agrupadas. Quizás el muchacho estaba distraído. Ante la falta de respuesta, insistí.


-Buenas tardes.


Nada. No, no se escuchaba el vuelo de una mosca, porque estos insectos baten las alas a una frecuencia en la cual es imposible que se oiga el ruido que producen, al menos para los humanos. Sí, yo siempre con esos detalles irritantes.

Volviendo a la escena, no comprendía por qué el empleado me miraba, sabía que yo estaba ahí, ya había dicho las palabras mágicas, pero seguía sin responderme. Quizás no las dije con suficiente convicción. Intenté una vez más, en esta ocasión con más fuerza:


-Buenas tardes.


-Buenas tardes (con cierto desgano)


Después, la lógica compra y un Hasta luego de mi parte que cayó en bolsa rota.





No, no voy a decir como algunos señores de 75 años que la juventud está perdida, que ya no hay valores, que los pibes de ahora hacen lo que se les canta y un largo etcétera de reclamos rancios. No tengo interés en desprestigiar a ninguna generación; ni a las anteriores, porque no las vi crecer. Tampoco a las actuales, porque con algunas he compartido décadas de vida. Sí voy a hacer alusión a esas costumbres que están algo extraviadas en la neblina del comportamiento cotidiano.

Los seres humanos somos seres sociales (sí, no me vengan con expresiones modernas del tipo Ay, yo soy re anti social, estoy contra el sistema, cuando voy a los cumpleaños me siento en un rincón y no hablo con nadie, porque siempre estamos en contacto con gente). Repito: somos seres sociales y nos manejamos con reglas para comunicarnos con los demás. Nos encontramos en un proceso constante de intercambio de mensajes, y no hablo necesariamente de WhatsApp.


Desde el cartelito de Prohibido estacionar, pasando por los mapas, los carteles que señalizan una carnicería para indicarnos que allí se vende carne y no tornillos, la música, los libros y sin ir más lejos, estos dibujitos que ustedes están leyendo y que entienden qué significa cada uno de ellos.

Es inevitable que el ser humano se guíe por convenciones, es decir, una serie de reglas a seguir que están aceptadas por la mayoría de la gente. En este caso, se encuentra establecido por norma social de la llamada "buena educación" saludar cuando uno ingresa a un lugar que no es de su dominio, siempre de acuerdo al momento del día. Si no se saluda primero, también es una regla aceptable el responder a dicha interpelación.

Y no hay nada más incómodo que utilizar el saludo como medio de expresión para comenzar un diálogo, una transacción o una conversación cordial y encontrarse con el silencio. Porque si bien lo esperable es que cuando uno ingresa a un lugar sea saludado, no es necesariamente obligatorio: los más tradicionales afirman que eso corresponde al que llega. Pero lo peor, sin lugar a dudas, es no encontrar eco en esa introducción.

Si alguien tiene la buena voluntad de ofrecer un saludo, puede llegar a pensar que no es bienvenido en caso de no obtener respuesta a su invitación. Cuando una persona dice Buenas tardes espera mínimamente que le respondan con la misma frase, aunque carezca de una sonrisa (pero siempre se recomienda agregar una cada vez que uno comienza un diálogo con otro individuo; predispone mejor a la charla).

Esta forma de relacionarse guarda parentesco con otras expresiones tales como Por favor, muchas gracias a.k.a. muy amable, hasta luego y otras de la misma familia que funcionan como un puente para las relaciones humanas, con el objetivo de facilitar el diálogo y que resulten más amenas.

Por supuesto, nunca falta quien sostiene "es algo anticuado" o "ya no se dice más", con una suerte de nostalgia apenada. Tampoco es grave, pero lo cierto es que conservar algunas costumbres para poder comunicarse mejor no hacen daño a nadie; por el contrario, endulzan. Recuerdo una de muchas veces, durante un día muy poco feliz, cuando fui a comprar a un negocio. La empleada me saludó como es costumbre, respondí (aunque por dentro me encontraba anímicamente mal) y cuando estaba por irme, se despidió diciéndome Que termines bien el día.

Parecerá exagerado, pero esa pequeña frase con una gran intención me alegró parte de lo que restaba de esa jornada. Por supuesto, eso depende de la percepción y la sensibilidad que habite dentro de cada uno. Pero si esa opción se encuentra habilitada, tendremos un motivo para encarar mejor una charla y sentir esa breve satisfacción que uno experimenta cuando se siente bien recibido.

De cualquier modo, deseo que tengan un buen día, buenas tardes o buenas noches, dependiendo de la hora en que se encuentren leyendo esto.-

Tiempos difíciles

A horas de concluir el 2017, me ocurre lo mismo que a mucha gente. Se vienen un montón de pensamientos acerca de cómo fue el año, lo que se...